Desarrollo histórico del museo
DE LA ANTIGÜEDAD A LA EDAD MEDIA
Las primeras colecciones del arte aparecen en los peristilos de los templos antiguos. Delfos, la ciudad de los oráculos, se vanagloriaba de poseer un tesoro de esta especie repartido en tantas salas como pueblos diferentes había: el templo de Juno, en Samos, y la Acrópolis de Atenas estaban llenos de obras maestras del arte. Los sucesores de Alejandro Magno se esforzaron en reunir esculturas de todas clases. Con ellas hacían más ostentosas sus marchas de triunfo y además las empleaban en el embellecimiento de sus capitales: el arte, en estas ocasiones, daba vida y movimiento a la escena.5
Roma siguió este ejemplo. Las imágenes de los dioses de los pueblos vencidos formaron parte del cortejo del vencedor y llegaban a la vez que los prisioneros. Entre los emperadores romanos, Nerón hizo llegar desde Delfos 500 estatuas para adornar su palacio imperial y aumentar el lujo y la pompa del mismo. Los edificios públicos y los palacios se adornaban con gusto y el arte se mezclaba allí con la naturaleza viva.
En la Edad Media, el coleccionismo hizo su aparición, gracias a los tesoros de las iglesias medievales y de los antiguos templos que los reyes y los nobles convirtieron en reservas de materiales preciosos. Sin mencionar los marfiles y los tapices que acompañaban a los nobles de castillo en castillo. Además, los retratos de una burguesía naciente difundieron en Europa el formato del cuadro, y las pinturas históricas de grandes dimensiones comenzaron a adornar las galerías de los castillos que se convirtieron en lugares de representación y poder desde el siglo XV.
DEL RENACIMIENTO AL SIGLO XVIII
Al principio del siglo XV, Roma solo tenía cinco estatuas antiguas de mármol y una de bronce. Bien pronto se abrió en Florencia una nueva era para las artes que encabezaron los Médici. Fue en esa etapa del temprano Renacimiento cuando resurgió la idea de museo, un momento en el que se redescubrió la Antigüedad, particularmente a través de los textos de filósofos griegos y romanos (Platón, Aristóteles, Plutarco…). Mientras tanto, se descubrían en el subsuelo italiano materiales de la Antigüedad, incluidos restos de columnas, estatuas, jarrones, monedas, fragmentos grabados... que se comenzaron a coleccionar. Varias familias nobles romanas y del resto de Italia participaron de esta inclinación e instigaron algunas excavaciones que continuaron con perseverancia. En primer lugar los papas que, con Sixto IV, iniciaron las colecciones de los Museos Capitolinos en 1471; luego humanistas y príncipes, como Ciríaco de Anconao Niccolò Niccoli consejero de Cosme el Viejo de Medici, y también familias nobles como los Borghese, los Farnese o los Este; y finalmente, con el transcurso del tiempo, los ricos adinerados amantes de la cultura y la historia. Muchas colecciones de medallas y antigüedades se formaron por toda Italia. Al gusto por las medallas (es decir, monedas) se unió el de las piedras grabadas, y la familia de Este fue la primera que formó un gabinete de piedras grabadas, cuyas inscripciones suscitaban mucho interés y curiosidad.
Desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII, con la proliferación de los viajes de exploración, se van a agregar a ellos las colecciones de historia natural, o incluso de instrumentos científicos (como el del Elector de Sajonia en Dresde). Esta fue la edad de oro de los gabinetes de curiosidades. Todas estas colecciones serán organizadas gradualmente por especialidades desde finales del siglo XVII, y se abrirán poco a poco a un público más amplio que el de los príncipes y eruditos. El gabinete de Amerbach en Basilea fue el primero abierto al público en 1671, seguido por el Museo Ashmolean de Arte y Arqueología de Oxford, que abrió sus puertas en 1683, cuando la universidad de dicha ciudad decidió mostrar al público la colección que Elias Ashmole le había legado cuatro años antes. El edificio destinado a alojarla, se convirtió así en el primer lugar de exposición abierto al público de forma permanente.
EL SIGLO XIX
El siglo XIX vio un retorno a la Antigüedad, como en la época del Renacimiento; pero esta vez, fue la ruta del Oriente la que los investigadores tomaron (a menudo calificados también de saqueadores). Grecia fue el primer destino: desde 1812, el príncipe heredero del reino de Baviera compró estatuas y otros fragmentos despojados en 1811 del templo de Afaya de Egina. Para protegerlos y exponerlos al público, hizo construir una «gliptoteca» o galería de esculturas, la conocida como Gliptoteca de Múnich, construida entre 1806 y 1830, obviamente, al más puro estilo griego, con un pórtico de columnas acanaladas de orden dórico y que será inaugurada en 1836. Las otras naciones europeas rápidamente tomaron el relevo (y la moda): en 1816, el Parlamento británico compró los mármoles del Partenón de Atenas, que habían sido desmontados y repatriados al Reino Unido por lord Elgin, embajador británico en Constantinopla. Encontraron refugio en el Museo Británico, que acababa de adquirir también los frisos del templo de Apolo de Bassae. Y también sufrirá su transformación en un templo griego en 1823. Y Francia no se quedó atrás: en 1820, el marqués de La Riviere, embajador de Francia en Constantinopla, adquirió la ahora famosa Venus de Milo, que siempre fue la fortuna del Louvre. Anteriormente, su predecesor, el conde de Choiseul-Gouffier había organizado el traslado a Francia del friso de las Panateneas.
EL INICIO DEL SIGLO XX
El siglo XX vio la modernización de los museos. En los albores del nuevo siglo, y especialmente entre las dos guerras mundiales, la institución del museo fue objeto de muchas críticas: acusada de ser pasadista, académica y de mantener la confusión, parecía de hecho, demasiado conservadora y no seguía la evolución artística en curso. Prueba de ello eran las nuevas tendencias, que como el Impresionismo no estaban apenas presentes en las colecciones. Además del Museo del Luxemburgo, el primer museo dedicado desde 1818 a artistas vivos, pocos de ellos tenían obras impresionistas realmente expuestas. De ahí la idea de algunos de crear verdaderos museos de «arte moderno». La designación hizo fortuna. Venía, entre otros, de la boca de un periodista y dibujante, Pierre André Farcy, más conocido como Andry-Farcy, que realmente iba a rejuvenecer a la institución, creando en 1919 en el museo de Grenoble, donde fue nombrado conservador, la primera sección de arte moderno. Para esto, recibió donaciones de artistas vivos y aún no muy famosos: Matisse, Monet o Picasso. Y coleccionistas como Marcel Sembat le legaron las obras que habían coleccionado. El museo de Grenoble se convirtió rápidamente en un referente en Francia, e incluso se anunciaba a los turistas anglófonos que visitaban la región. E iba a ser emulado, como en París donde igualmente en 1919, el famoso escultor Auguste Rodin impondrá, a cambio del legado de todas sus colecciones, la creación de un museo dedicado a su trabajo, el Museo Rodin; y eso a pesar de un animado debate parlamentario, en el que algunos se sintieron ofendidos por la inmoralidad de sus esculturas y otros negaban que el estado pudiese hacer un museo de un artista vivo.
En 1919 y 1920 las dos ramas del Museo de la pintura occidental moderna de Moscú (MNZJ1 y 2), el primero en el mundo dedicado a este período, la N de su nombre significa moderno en ruso, fue abierto al público con las colecciones nacionalizadas por Lenin de Serguéi Shchukin e Ivan Morozov, cuyas 800 obras se reunieron en 1923 en el palacio de este último para convertirse en el Museo del Estado de arte occidental moderno (GMNZI)11 hasta 1941. En 1927, Claude Moneteligió la orangerie del jardin de las Tullerías, para acomodar el ciclo de Les Nymphéas, que el pintor donó al estado en 1920. El Museum Folkwang de Essen en 1927, el Museo de Arte de Lodz en 1930 y el Museo Kröller-Müller en Otterlo en 1938 también se encuentran entre los primeros museos de Europa en abrirse a la vanguardia moderna, mientras que el Musée national d'art moderne, que aunque ya había sido instituido en 1937 e iba a ser inaugurado a finales de 1939, realmente no abrió sus puertas hasta después de la guerra, en 1947.
DESDE 1975
A partir de 1975, cuando en el mercado del arte se comenzó a competir, una serie impresionante de construcciones, ampliaciones y renovaciones sacudió al mundo de los museos en las metrópolis y las ciudades medias, movilizando a los arquitectos más reconocidos. Es ejemplo, el Centro Georges Pompidou, inaugurado en París en 1977. Los arquitectos, Renzo Piano y Richard Rogers crearon amplias bandejas libres en la periferia en las que se colocaron, visibles en fachada, los dispositivos que aseguraban las funciones técnicas. Este nuevo acondicionamiento de los museos permitía ofrecer la mayor flexibilidad a la exposición de las obras. Otros museos ofrecen la misma disposición: el Museo del Aire y del Espacio en Washington, inaugurado en 1975, o la Ciudad de las Ciencias y la Industria de París, construido a mediados de la década de los años 1980. Esta década supuso también la voluntad de renovar los viejos monumentos para transformarlos en museos o de rehabilitar los museos construidos en el siglo XIX. Del primer caso, dos ejemplos de París, el Museo Picasso, inaugurado en 1985, ubicado en un hôtel particulier del siglo XVIII en el distrito del Marais, y el Museo de Orsay, inaugurado el año siguiente en los terrenos de la antigua estación de Orsayconstruida en 1900. Pero otro ejemplo ilustra este caso con el Museo de la Revolución francesa en Vizille, inaugurado en 1984 en el antiguo castillo del duque de Lesdiguières pero también de los presidentes de la República francesa. Del segundo caso, los ejemplos se pueden multiplicar en provincias (Amiens, Ruan, Nantes, Lyon...). En París, el ejemplo más llamativo sigue siendo la rehabilitación de la Gran Galería de la evolución del Museo Nacional de Historia Natural, abierta al público en 1994.
Gran galería del museo de Orsay.
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